Desde siempre me han gustado las narraciones sobre animales.
Lo que más me hace disfrutar las novales de los antiguos naturalistas como Jack
London, Seton o como en este caso James Oliver Curwood es que mantienen
contacto con la realidad, porque lo que ocurre en sus historias están tan bien
relatado que te traslada a las montañas del Canadá, es fácil ponerte en la piel
de Thor o Muskawa, puedes sentir el agua fría de los ríos correr por tus pies,
puedes agazaparte con Thor detrás de una gran roca para esperar el momento
preciso de saltar sobre una cena caliente, pero creo que lo que más me ha
impactado de esta novela ha sido sufrir la angustia que tan vivamente estaba
sintiendo Thor, primero hacia el desconocido olor del hombre y luego cuando descubrió
que ese olor significaba dolor.
Aunque lo realmente sorprendente es como tanto en 1920,
cuando fue escrita la novela, como ahora en el 2014 se ve que la regla general
es que los animales no matan por placer, en cambio en más de una ocasión los “humanos”
son más bestias que los propios animales.
He disfrutado, he sufrido y en alguna ocasión he vuelto a
descubrir el placer de la lectura con esta gran aventura.
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